Comentario
En el panorama de las ciudades italianas del Quattrocento, Milán desempeña un papel singular. En esta ciudad la arquitectura gótica había alcanzado una implantación importante. Se trataba de una arquitectura gótica, como pone de manifiesto el Duomo cuyas obras habían comenzado en 1386, en consonancia con las formas de esta arquitectura en Francia y Alemania, debido a la presencia de maestros franceses y alemanes en la ciudad. Por ello, en Milán la nueva cultura artística del Quattrocento resultó algo extraña hasta una fecha muy avanzada. No será hasta la llegada al poder de los Sforza, cuando se introducirán las nuevas formas renacentistas en clara contraposición con el predominio gótico de la época precedente de los Visconti.
Tras una guerra, Francesco Sforza llegó al poder en 1450 sucediendo a Filippo Maria Visconti. El nuevo señor inició pronto un amplio programa de realizaciones arquitectónicas movido por diferentes finalidades. Uno de los aspectos que le preocuparon fue la creación de una corte equiparable y con posibilidades de competir con las prestigiosas cortes italianas. El programa de Francesco Sforza coincidía con un período de expansión económica y con un momento en el que las relaciones políticas con Florencia eran muy estrechas. En relación con estos dos aspectos debe mencionarse el proyecto de Michelozzo del edificio de la Banca Mediciea y que el ingeniero boloñés Aristotele Fioravanti sea llamado para acometer la canalización del campo lombardo.
Desde un punto de vista representativo las empresas más importantes fueron las encargadas al arquitecto Antonio Averlino (1400-1469), II Filarete, que llegó a Milán recomendado por Piero de Médici. Este arquitecto, que también había ejercido como escultor, se había formado en el ambiente artístico florentino. Su principal labor en el programa sforcesco fue el proyecto de la fachada del castillo y la construcción del Hospital mayor de Milán. Ambos edificios comportaban una clara intencionalidad política y de prestigio, al argumentar un discurso orientado a fortalecer la imagen del nuevo señor en torno al poder y la beneficencia. La construcción del castillo en el lugar en el que se hallaba el antiguo de los Visconti suponía la ostentación del poder del nuevo señor de la ciudad a través de una construcción imponente. El Hospital, uno de los más modernos de su tiempo, suponía la introducción en el contexto de la ciudad de una muestra visible de la idea y práctica de la beneficiencia.
El hospital, iniciado por encargo del duque Sforza en 1456, presenta una planta modular llamada a tener una importante influencia en la arquitectura hospitalaria posterior. Está formada por un rectángulo dividido en tres espacios, un patio central y, a ambos lados, dos núcleos cruciformes con patios menores entre los brazos. El Hospital de Filarete, quien había sido enviado por Francesco Sforza a Florencia para estudiar el Hospital de Santa María Nuova, se inserta en la renovación de esta tipología que se produce en Italia por esos años. En Mantua, entre 1450 y 1470, se construyó también un hospital con planta cruciforme. Estructura que venía a introducir una regularización de la arquitectura hospitalaria anterior adecuándola a los nuevos principios científicos sobre salubridad e higiene.
Desde un punto de vista estrictamente formal, la introducción de la nueva cultura renacentista supone la utilización del nuevo lenguaje como un vehículo de prestigio fundamentado en la ostentación de lo nuevo. En este sentido, por razones de prestigio y de estrategia política, lo clásico jugó un papel equivalente a nuevo y a renovación, en contraposición con las formas de la tradición que encarnaba el gótico, presente siempre en la construcción del Duomo.
En esta situación no ha de extrañar que la nueva cultura se moviera con cierta libertad con respecto a los planteamientos de la normatividad florentina. Incluso que, lejos de ser una consecuencia de ésta, se desarrollase elaborando unos principios y formas propias.
Este ambiente explica muchos aspectos contenidos en el "Tratatto di architettura" de Filarete y especialmente en el alcance e idea de Sforzinda, el proyecto de ciudad que ya hemos comentado. El edificio de la Banca Médici fue proyectado por Michelozzo y ejecutado por operarios milaneses y muestra una adaptación de las formas florentinas a unas soluciones que se van convirtiendo en algo específicamente lombardo. Es el mismo caso que puede observarse en la Capilla Portinari, construida hacia 1462 por Michelozzo, en la que el clasicismo se pliega a unos planteamientos derivados de la modificación que supone su realización por operarios que poco a poco van introduciendo una inflexión vernácula en el lenguaje. En este sentido, algunos elementos de la Capilla Portinari plantean una forma de entender el primer clasicismo de Bramante. Pero junto a este clasicismo alterado por contaminaciones lombardas, en ciertas obras, por el sentido de la composición, la utilización de diversos elementos constructivos y el uso de los componentes decorativos, la arquitectura se traduce en un lenguaje específicamente lombardo. Nos referimos a las obras en torno a Giovanni Antonio Amadeo como la fachada de la Cartuja de Pavia y de la Capilla Colleoni en Bérgamo. Se trata de un lenguaje llamado a tener una profunda influencia en la introducción del Renacimiento en otros países europeos, como Francia y España, y que se corresponde con el mundo contenido en el "Tratatto" de Filarete.
A pesar del eco que tuvieron estas formas autóctonas del clasicismo en Milán, el principal prestigio e influencia de esta corte vino del desarrollo, bajo el auspicio de Ludovico Sforza, del Renacimiento Clásico (Klassische) formulado por Bramante y Leonardo coincidiendo con Ludovico Sforza.